Wednesday, February 18, 2009

Felicidades (Parte Primera)



Primero llegué yo, dos años antes, por aquello de ver cómo estaba todo. Supervisé que el sol estuviera peinado y en su sitio, que las nubes se balancearan adecuadamente y que el cielo tuviera su ración equitativa de claros y oscuros. Una vez comprobado el correcto funcionamiento del techo eché un vistazo al resto del ecosistema: las plantas, aprobaron todas el examen de fotosintesis y colorido; los perros y gatos, se perseguían velozmente y se dejaban acariciar en la mayoría de los casos; las moscas, molestaban y revoloteaban alrededor de la comida, tal y como marcaba el manual de buen funcionamiento de una mosca; las personas, eran amables y saludaban al pasar, alguno había enfadón pero resulta que eso no se puede cambiar; y así uno por uno con todos los seres vivos de este planeta. Proseguí con los edificios y los parques, con las esquinas de las calles, con las grandes avenidas y los pequeños callejones. Todo parecía estar imperfectamente en orden, en ese caos ordenado que es el mundo. Recorrí cada parte de la ciudad apuntando mentalmente todo lo que veía. No pude dejar constancia escrita de todo lo que ví porque no quería llamar la atención, no suele ser habitual que un pequeño bebé vaya, libreta en mano, observando y tomando nota de todo lo que pasa a su alrededor desde un carricoche. Entiendeme. A todo esto, haré un inciso para agradecer a mi madre (un saludo mamá!) por los largos paseos que dimos por tantos y tantos sitios, Dios sabe que hubiera sido imposible desarrollar mi misión desde mi cuna diminuta, sin salir a la calle. El hecho es que estuve dos años preparando tu llegada al mundo. He de decirte que no pude hacer nada con el odio y las guerras, pero para eso contaba con tu ayuda.

Una vez naciste no quise decirte nada. Dirás “tanto tiempo preparando y luego…”. Verás, una de las cosas que había aprendido en estos dos años de ventaja es que cada cosa tiene su momento y que a fuego lento se cocina mejor. Y que conste que me hubiera gustado enamorarme de ti en el parque, bajando por el tobogán, o quitándote tu cubito de arena o prestándote mi pala. Impresionarte haciendo la bomba en la piscina, mientras tú ponías la cara de la foto, rollo "me estoy haciendo pipí". O besarte con aparatos y esa fila de hormiguitas que cubrían tu labio superior. Y hacer contigo los deberes de Matemáticas. Bueno los de Matemáticas más bien me los hubieras hecho tú porque a mi nunca se me dieron bien. Pero me hubiera encantado darte tu primer beso o cogerte de la mano en el patio del colegio, incluso quedarme en el comedor sólo por verte. Hubiera estado bien ir al cine y que nos recogieran nuestros padres nada más salir, sin tiempo para discutir la película. Podría haberte echado de menos cada fin de semana retenido en Tarragona y escribirte cartas interminables de amor, ya sabes, “cuantas más hojas mejor”. Pasar largos veranos sin ti. O hacerte temblorosamente el amor, descubriendo cada parte de nuestro cuerpo. Darte mi adolescencia y mi acné, besarte con olor a clerasil. Invitarte a ver a los BackstreetBoys y llorar contigo porque Jack no cabía en la madera y se hundía en el mar, mientras la banda no dejaba de tocar. Ser tu novio formal y conocer a tus padres, ir a tu confirmación, coincidir en los torneos de fútbol y basquet en el Bosco. Dejar mi vida por ti cuando nos encontrábamos en la biblioteca y yo pensaba “ai, esa mirada intensa”, no sé. Ha habido tantas oportunidades de decirte, “amor, aquí estoy, báilame el agua, dame tu vida”. Y sin embargo después de tanto preparativo decidí esperar. Preferí que vivieras tu vida, que ensancharas el alma en otros brazos, que descubriéramos cada uno por su lado el amor y sus visicitudes. Simplemente pensé: que viva y (seguro de mi) luego compare.

24 años ya pequeñaja, ¡felicidades!
Seguiré preparando a fuego lento mis pequeñas cosas para intentar sorprenderte cada uno de los días que pase a tu lado. Felicitats peqe, nem a sopar?