Tuesday, January 25, 2011

Lloradores


Se precipitaron en los plazos. "Los hicimos tan mal..." se reprochaban a menudo. Tiempo atrás solían aparcar en miradores y polígonos, sedientos de amor y variedades. Discutían de cosas comunes, de temas sin importancia, con el mismo rigor con el que se hacían más tarde el amor. Y en ocasiones callaban, hipnotizados por el limpiaparabrisas, mientras la lluvía se dejaba hacer afuera. Y degustaban el silencio de los enamorados, quién probara ese manjar. Inútil y delicioso, molesto jamás. "Lo hicimos tan mal..." pensaban ahora, ávidos de aquellas tardes, llenos de cristales en los ojos, de metal en los latidos. "Una lágrima es mayor que el mar entero..." cantaba Goñi para ellos. "...cuando el viento lleva a lomos la traición, porque la vida se convierte en un infierno, tenebroso para dos...", murmuraba ella con poca entonación.

Y descubrieron que la ciudad no tiene lugares donde poder llorar sin ser visto. Que no existen escondites o portales donde dejar caer una tras otra las lágrimas que hagan falta. Que los restaurantes no ofrecen salas especiales donde degustar un suculento plato con el toque salado del llanto; sin molestar a otros alegres comensales o compartir tristezas con animados camareros. Que las plazas y los parques no disponen de columpios sin niños risueños o parejas que recuerdan el vacío del pecho. Y cayeron en la cuenta de que nadie ha diseñado jamás una sala de espera en los andenes de metro para los viajeros marchitos. Lugares precisos cuando uno necesita llorar; con rabia a veces, otras triste y desarmado, algunas casi imperceptible, con lágrimas diminutas, y en ocasiones en abundancia, sin pausa, empapando bien la cara, como un “llorador” profesional…