Wednesday, February 17, 2010

Náufragos



El taxi le recogió en lo más alto del lugar, cerca de las nubes. Barcelona es así, como un cuenco que vuelca desde Montjuïc y el Tibidabo, su belleza en el mar. Y es fácil recorrer en un día sin tráfico el trayecto que une ambas montañas. Una la olímpica, la otra la mágica. Hubo un tiempo en que ambas tuvieron sendos parques de atracciones. Ahora sólo una resiste. Jamás he pasado más vergüenza que cuando harto de dar vueltas y vueltas en un laberinto lleno de espejos y puertas transparentes decidí empezar a correr en línea recta creyendo ver una salida. Sí, propio en mí, choqué con lo que pensé que era una salida y empecé a sangrar por la nariz. Lo curioso es que no recuerdo si fue en el Tibidabo (tubidubi para mí) o en Montjuïc. Ya de más mayor he seguido siendo fiel aquel dicho popular inventado por mí mismo que dice que "uno no se hace mayor hasta que deja de hacer el amor en el coche". Dejar de hacerlo allí significa que ya tienes piso o dinero para pagar un hotel y salvo las contadas ocasiones que uno decide ir a la mítica Casita Blanca, el coche sigue siendo el dato más significativo de que se respira juventud pese a estar más cercano a los 30 que a los 20. El caso es que tanto el Tibidabo como Montjuïc siguen llenos de coches aparcados en plena oscuridad y yo feliz de que la ciudad se llene de caricias y abrazos.

Como decía, el taxi le recogió en lo alto de la ciudad. Y Muntaner abajo fue recorriendo las calles hacia el lugar indicado. A medio trayecto, mientras la lluvia ensombrecía la urbe, pensó en modificar la dirección. Contó hasta 3. Luego hasta 10. Y al final lo hizo. "Ya sé que le he dicho a otro lugar, pero siga recto, no pare, siga bajando, no levante el pie del acelerador hasta llegar al mar. Allí es donde van los náufragos".

La vida es, en muchas ocasiones, un naufragio. Y es sencillo ser un velero a la deriva. Pero tampoco es malo. "Toda crisis implica un cambio", decía mi queridísimo Héctor en el patio del colegio. Yo una vez lo fui y se lo canté (aunque le debo enseñar la canción) a mi compañerita, hace tiempo que ya no sé nada de ella. Pero yo se lo agradecí a mi manera. "Que a tus pulmones les debo / el aire / que me diste cuando estaba sin salida/ que en esta vida/ hay momentos/ en los que somos un velero a la deriva". Para todos los náufragos cotidianos sólo deciros una cosa simple y llana: "cuando todo está perdido/ y sólo ves oscuridad/ esa sombra eres tú mismo/ y tú la puedes controlar". Al final la energía, para bien o para mal, está dentro de cada uno. Y ahí reside todo: la magia y el infierno, la risa y el llanto, la sombra y la luz. No "teme" hundas, querido. Este post es para ti.

Y de naufragios va este juego. Nos queda poco. Ya nos vamos despidiendo. Cada vez son más breves y más distanciadas mis aportaciones al blog, así que la Fiesta de Blas irá recogiendo sus cosas. Nuevos proyectos le amenazan y es absurdo querer compaginarlo todo, "quien mucho abarca poco aprieta" decía el gran Mario. Espero que lo nuevo, lo que está por llegar, os guste tanto o más que La Fiesta de Blas. Cumplió con su cometido y ahora también le despiden, tiempos de crisis. Pero Blas estará presente en lo próximo. De pequeños nada, gigantes somos. Y así lo cantaremos en breve.